Siempre fue por ese lado. Por el lado nororiental del empinado casco urbano de Ciudad Bolívar. Muy cerca de “El Retumbo”, entre el Callejón Dalton y la calle 30 Llaves y a continuación la zona donde fue construido el Grupo Escolar Estado Mérida que la muy católica sociedad bolivarense había sentenciado como “La ciudad Perdida”.
Cuando el desarrollo urbano lo adecentó con buenas construcciones. El Retumbo perdió su cognomento de lugar ruidosamente burdelesco donde la alta y la baja marinería de los barcos fondeados en la arenosa ribera orinoqueña, saciaba su sed de amor a cambio de algunos pesos, florines, dólares francos o esterlinas. No había problemas en cuanto a la nacionalidad de la moneda porque la Casa Blohm funcionaba como banco y casa de cambio.
Entonces el desarrollo urbano hizo que El Retumbo se mudara más adentro y surgió la Ciudad Perdida. La ciudad pervertida, quería decir la altiva y muy cristiana familia angostureña. El poeta José Sánchez Negrón me contaba que en su época de niño, cuando su tía-abuela lo llevaba de la mano y se veía obligada a pasar por sus cercanías, le advertía que no viese hacia ese lugar porque era como entrar en o hacer contacto con lo pecaminoso.
Ellas eran las golfas, las rameras, las busconas, las hetairas, las heteras, las perdidas, las meretrices, las mundanas, las pendangas, las zorras, las suripantas, las pecadoras, las pelanduscas, las pendangas, las arrastradas, las perendecas, las bagasas, las putas, las prostitutas, en fin, las cortesanas del burdel de Fliliberto, contra las cuales nunca pudieron los sermones disparados desde el púlpito de la Catedral.
Contra ellas sólo podía de vez en cuando por agosto el Señor de las Aguas. Entonces, goloso, turbio y repleto de mogotes, metía sus lenguas, las inundaba y hacía damnificadas hasta que satisfecho retornaba a su cauce.
Pero lo del 43 fue imperdonable. El Orinoco sumergió a la Ciudad Perdida hasta tres metros bajo agua y las alegres mujeres se vieron frustradas al pretender refugiarse en las cubiertas de los barcos. Se dispersaron y fueron a parar unas a los Culíes, otras a los cerros El Zamuro y La Esperanza y un número menor de ellas buscaron protección en el antiguo barrio “La Tumbazón ” y al otro lado del río, en Soledad. Se dispersaron hasta que bajasen las aguas y todo volviese a ser como antes: pero, nunca, jamás pudieron retornar por esos lados.
El Presidente de la República Isaías Medina Angarita (en la foto recorriendo la Ciudad Perdida ), luego de aterrizar en el aeropuerto de la Laja de la Llanera en el avión Late-28 que lo trajo de Maracay, ordenó que “Sodoma y Gomorra” fueran destruida y que a nadie se le ocurriese mirar hacia atrás porque estatua de sal se volvería. De manera que acatando la disposición del magistrado, se levantó allí un edificio resaltando en el frontispicio aquella sabia frase de Bolívar en el Congreso de Angostura: “Moral y Luces son nuestras primeras necesidades”.
Pero la Ciudad Perdida sólo perdió su nombre porque la construcción del Grupo Escolar no fue suficiente para acabar la prostitución en el lugar. Si bien el grueso de la actividad del comercio sexual buscó hacia las afueras lugares más apropiados como El Trocadero, El Vesubio, El Saratoga, El Tibiritabara y El Siete. En las inmediaciones del Grupo Escolar quedaron algunos puntos desaparecidos antes de finalizar el siglo, como “El Chupulún”, en donde seguro se podía dar con Eduardo Santana y no precisamente moviendo a la Reina del ajedrez. (AF)
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